jueves, 15 de octubre de 2009
La demanda social para que haya violencia
e venido hablando de la violencia como un fenómeno social que tiene reglas y regularidades que pueden, no sólo estudiarse y analizarse, sino también emplearse eventualmente para que controlemos la intimidación, el crimen y el uso indebido de la fuerza. Comencé con algunas reflexiones sobre turbas “espontáneas” y pasajeras como eventos de movimiento semejantes a bandadas de pájaros o cardumes de peces debido a sus aspectos estructurales.
Ahora quisiera señalar algo más duradero: la demanda social para que haya violencia.
Creo que se pueda identificar algunos síntomas sociales de dicha demanda (y pretendo indicar tres de ellos a continuación), sin entrar en la paranoia de imaginar el “coco todopoderoso” o la mano peluda detrás de los escenarios. En otras palabras, creo que podamos hablar de un cierto empeño social o tendencia colectiva sin suponer la existencia concreta de un gran culpable que sería menester identificar y castigar; se trata de parte de nuestro imaginario social, una solución construida históricamente que ha sido útil en tiempos pasados para resolver ciertos problemas pero que ahora en las condiciones actuales -de sobre-población, mega ciudades y comunicación instantánea- ya no nos sirve ni para protegernos ni para satisfacer nuestras necesidades.
Nuestra agresión y capacidad para la violencia han sido útiles. Vamos a examinar por qué.
¿Cómo ha sido útil esta demanda? Primero ha sido ventajosa políticamente porque los grupos son más cohesivos y siguen más energéticamente los dictados de su liderazgo si tienen un enemigo que combatir. Segundo, estar preparados y pertrechados para el combate ha sido importante para la defensa de las tribus, ducados medievales y sociedades minoritarias que tuvieron que defenderse contra invasores más grandes (desde los imperios prehistóricos hasta los poderes coloniales). Tercero, ha habido la creencia que el uso de la violencia interna es una medida eficaz contra la disidencia y desviación (inclusive, todavía hay quienes pegan a los niños que se portan mal –y ¡por su bien!).
Pero los tiempos cambian. Ahora nuestra violencia se torna perniciosa y como el Minotauro en su laberinto, exige la sangre de nuestros propios jóvenes.
Sólo quiero señalar tres áreas para exploración futura con respecto a este tema; se me ocurren por ahora estas áreas sintomáticas de la demanda para la violencia en nuestros días:
1. Los intereses económicos que producen, venden y distribuyen armas:
En todo el mundo, tan pronto se comience a sugerir limitaciones sobre estas actividades, los medios de comunicación, los políticos y muchos ciudadanos comunes entran en crisis exigiendo su “derecho” a comercializar y portar armas. Recientemente cuando el Presidente de los Estados Unidos negoció un tratado con Rusia para limitar la carrera armamentista, hubo acusaciones en ciertos sectores de que dicho acuerdo fuera un signo de debilidad -y no de fuerza histórica. Aquí la demanda se esconde tras eufemismos como “libertad” y “defensa”.
2. El permiso tácito que se ha dado a los carteles de drogas ilegales:
La venta de sustancias prohibidas es una fuente muy importante de violencia al nivel mundial. Sólo las muertes relacionadas con ella en el norte de México constituyen una epidemia macabra, sin hablar de las del resto de mundo. Al ilegalizar ciertas sustancias de consumo no se controlan su producción, comercialización y empleo; más bien se hace casi imposible fiscalizarlas como se hace normalmente con las drogas legales como el alcohol y el tabaco. Además debida a la veda, el precio de compra aumenta y las ganancias para este comercio son mayores. Otro efecto es que paralelamente se desarrollan agencias como la DEA para combatir el “flagelo”, pero esta acometida emplea las mismas tácticas de violencia que usa el mal original y consume recursos que podrían usarse en recuperar a las personas que se desarrollan adicciones. Hay que concluir que, al no legalizar y fiscalizar rigurosamente estas sustancias, la sociedad da permiso para que el crimen y la intimidación continúen.
3. El mito de la defensa armada del Estado y la insurgencia:
Hoy en día ni los diferentes movimientos de insurgencia, ni los gobiernos poderosos van a poder lograr sus metas por medio de las armas. Ni la ETA, ni los Taliban, ni los Tigres de Tamil, ni “la coalición” en Afganistán, ni los diferentes gobiernos de América Latina que acaban de gastar en armas lo que podrían haber invertido en educación y salud, van a poder lograr nada por la fuerza. Sin embargo seguimos creyendo en la necesidad de un Estado armado hasta los dientes. No voy a elaborar este punto aquí, sino en otra entrega en el futuro.
Lo que acabo de bosquejar son tres áreas donde podemos fácilmente percibir el continuo anacronismo de la violencia como una solución social. Desarrollaré estos puntos en ensayos posteriores.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario